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  • Foto del escritorL' Imagistino

Carta abierta de una adolescente indignada

Actualizado: 10 jul 2019

Al habla La Imagistino:


Parto de una tesis básica: la cultura desprecia a la juventud. Me refiero a la cultura que conozco en primera persona, que es la occidental actual. Y por «juventud», no sólo me refiero a personas de entre unos doce y treinta años, las cuales, actualmente, formamos parte de las Generaciones Z e Y. También hablo de todo aquello que la sociedad atribuye a estos grupos demográficos mediante estereotipos.


A grandes rasgos, un estereotipo es una concepción simplificada y caricaturesca que un colectivo tiene de otro. Una de sus funciones como fenómeno social consiste en reafirmar la identidad grupal mediante una dinámica de «nosotros» frente a «ellos». Por este motivo, cuando están legitimados por situaciones de opresión, desempeñan un papel muy importante en su perpetuación.


Temario de primero de Traducción e Interpretación, de la asignatura Lengua A: Civilización y cultura a través de los textos.

En tales situaciones, un colectivo puede apropiarse de un estereotipo que lo aluda y emplearlo como defensa de su identidad. De esta forma, no sólo reivindica su identidad como una realidad compleja, sino que además acepta el contenido de dicho estereotipo como un rasgo propio más, más allá de la caricatura e igualmente digno y respetable. Por desgracia, los estereotipos que la sociedad occidental actual asocia a la juventud, que están muy arraigados en la historia, se utilizan casi siempre de forma despectiva e insultante. Tanto es así, que son prácticamente inmodificables, rara vez se concibe la posibilidad de reapropiarse de ellos y, en muchas ocasiones, constituyen el único concepto que muchos adultos tenéis sobre nosotros, la gente joven.


Como este desprecio es algo cultural, lógicamente se reflejará en múltiples aspectos de la cultura. Uno de ellos son los valores y las normas. A lo largo de la historia, cada generación aporta nuevos valores y normas a la cultura, o modifica los existentes. Por tanto, las generaciones más poderosas siempre sois aquellas cuyos valores son representados socialmente. Estas generaciones abarcáis un rango de edades amplio y de límites difusos que pueden estimarse entre los treinta y los setenta años. Debido, en parte, a que domináis los puestos políticos, educativos y de creación de contenido mediático, contáis con muchos más recursos para definir los valores culturales. Por tanto, las generaciones que nos encontramos fuera de ese rango de edad tenemos menos voz en la sociedad. E incluso así, la situación de las personas ancianas no es comparable a la de la juventud. Los valores de las antiguas generaciones han pasado a la historia y, por muy obsoletos que puedan haber quedado, han dejado vestigios que definen nuestra cultura aún en la actualidad. Por ello, las personas ancianas reciben generalmente cierto respeto, ya que sus valores se consideran sabiduría popular. En cambio, los jóvenes no sólo estamos a merced del futuro que las generaciones poderosas dictéis para nosotros, sino que también, cuando gritamos y nos rebelamos, nos ignoráis y ridiculizáis de manera sistemática. Como todavía no hemos aportado demasiado a la sociedad, vosotros despreciáis nuestro potencial a propósito.



Los valores culturales se transmiten a través de la educación, la cual está repleta de mensajes contradictorios. A pesar de que los adultos afirmáis que os preocupa nuestro espíritu crítico y nuestro compromiso, lo único que habéis hecho a lo largo de nuestra vida ha sido enseñarnos a obedecer y callar ante vuestros valores. ¿Cómo esperáis fomentar el espíritu crítico con esa forma de educar? Por culpa de esa mentalidad, cuando un joven alza la voz en contra de alguno de vuestros valores o expresa sus problemas, le ridiculizáis inmediatamente. Según vosotros, es un «ofendidito», tiene la piel muy fina o, simplemente, está enajenado por las hormonas. La cuestión es no escucharle si no os da coba, si no cumple con vuestras expectativas o si no acata vuestros valores sin rechistar. Esto es un problema, porque dificulta el cambio. Y cuanto más difícil sea cambiar nuestra sociedad, más fácil será que esta se enquiste y nos impida avanzar como especie. Uno de los ejemplos más preocupantes de este fenómeno tiene que ver con la juventud LGTB, cuya identidad desacreditáis constantemente y atribuís a modas, a rebeldía sin causa y, cómo no, a hormonas caóticas.






Los productos culturales forman una parte nada despreciable de la educación, pues son en general un reflejo de los valores imperantes y, al mismo tiempo, ayudan a perpetuarlos. En pro de mi tesis, lo más conveniente es que exponga ejemplos de dos tipos concretos de productos culturales: los dirigidos a gente joven y los que representan a gente joven. El análisis detallado de cada uno de estos productos, por cierto, da para varios artículos enteros. Y por supuesto, la creación de productos culturales juveniles también está dominada por vosotros, los adultos. Ni siquiera en este sector, que debería ser por y para nosotros, nos cedéis la mitad de voz que tenéis. No hay más que ver dos de los principales exponentes de literatura juvenil en España: Jordi Sierra i Fabra y Alfredo Gómez Cerdá. Cierto es que, en los últimos años, la literatura juvenil se ha estado renovando con nuevos autores y, especialmente, autoras; tan cierto como la relevancia de la que todavía gozan estos dos escritores como dos de los autores españoles más veteranos en la actualidad.


En su novela Eskoria, Alfredo Gómez Cerdá cuenta la historia de un adolescente que sufre bullying con la presunta intención de denunciar este problema. Es en eso en lo que se queda la novela, en una supuesta intención noble con una ejecución denigrante. De una manera muy particular, el autor intenta expresar que el protagonista es muy responsable y maduro para su edad: «Tenía la sensación de que una voz misteriosa (…) le reafirmaba en sus convicciones. Porque él —y sabía que esto le diferenciaba de la mayoría— tenía convicciones». ¿Y cómo es «la mayoría»? Según el libro, aparte de no tener convicciones, sólo se preocupan por sus espinillas y sus piercings, escuchan música «con ritmos prefabricados», visten ropa incómoda y ridícula y hablan una jerga en la que el protagonista, para ser tan inteligente como nos lo piensan vender, no se puede expresar. En esta novela, pueden verse los obvios prejuicios que el señor Gómez Cerdá tiene acerca de los jóvenes. Aparte del protagonista, los únicos adolescentes del libro que no son malas personas son su novia y su mejor amigo. El resto de ellos son caricaturas andantes de la visión que la sociedad tiene acerca de los jóvenes, y se presentan como perversos precisamente por ello: hostigan al protagonista porque le ven diferente a «la mayoría», la misma mayoría a la que el autor tacha de embrutecida por razones ilógicas. ¿Acaso es imposible hablar con propiedad sólo por emplear el registro de una jerga? ¿Acaso el tipo de música que se escuche o llevar piercings devalúa a alguien como persona? ¿Tan reprobable e inaudito es que un adolescente, desde su legítima perspectiva vital, sufra por el hecho de tener espinillas? ¿Y se supone que el protagonista resulta más entrañable e inteligente por juzgar la ropa de los demás como «ridícula»? La realidad es que el protagonista no es un adolescente responsable y maduro, sino una imagen idealizada de un joven capaz de quemar etapas evolutivas por arte de birlibirloque y amoldarse a los valores adultos con absoluta e inverosímil perfección. Tanto él como sus acosadores sirven de herramientas para transmitir con claridad el mensaje de desprecio que el autor ha intentado disfrazar de una denuncia al bullying.




Jordi Sierra i Fabra, también escritor de juvenil, es mucho menos sutil con estos temas. Así lo demuestra en su obra ¡Qué fuerte!, la cual publicita como un manual de autoayuda para adolescentes. En ella, no sólo da a entender, al utilizar palabras como «carroza» en el sentido de «anticuado», que no tiene ni idea del vocabulario de la gente joven actual —ni quiere tener idea; él mismo califica el vocabulario moderno como «gilipolleces»—. No sólo refuerza la creencia de que la psicología adolescente depende totalmente de desajustes hormonales. También dice cosas como las siguientes:




Difícil me resulta mantener la compostura en este artículo ante la poca vergüenza de este señor. En estas dos fotografías se ve cómo, desde su poltrona dorada como El Autor Más Prolífico De España, intenta con todas sus fuerzas que la sociedad actual no se deshaga del característico tufo rancio que le han dejado las generaciones de adultos actuales. Fomenta a un público adolescente actitudes machistas, en este caso relacionadas con la misoginia interiorizada («soy diferente», «no soy de esas»), con prejuicios acerca de la sexualidad femenina (en este contexto, «lanzada» es un claro eufemismo de «furcia») y con el concepto de la sexualidad femenina como un premio para el hombre («que se lo gane»). Por si fuera poco, tampoco se queda atrás con las actitudes capacitistas: la más notoria de ellas se aprecia en un párrafo en el que, aparte de describir síntomas del TOC por pensamientos violentos de forma jocosa, habla del cuidado de la salud mental como un gasto superfluo. Hacer un libro dirigido expresamente a un público adolescente para dar tales mensajes es un acto de irresponsabilidad gravísimo. Es precisamente durante la adolescencia cuando el cerebro se empieza a desarrollar de forma cada vez más compleja. Por tanto, en caso de tener problemas mentales, estos suelen comenzar a interferir en la vida del individuo a partir de esta etapa. No por nada existen trastornos como el de personalidad antisocial —el cual Jordi designa con gran precisión como «psicópata o asesino en serie»— que no se pueden diagnosticar con exactitud antes de una edad concreta.


Por desgracia, siempre resulta más cómodo y divertido vivir en la ignorancia.

Fuera de la literatura, también destacan ejemplos de publicidad, como la de la mudanza de Casa Tarradellas. Al parecer, para anunciar unas pizzas, los publicistas de la empresa consideraron muy necesario ridiculizar el estrés que puede sentir una persona, joven en este caso, por una mudanza.



El modo en el que se representa a las dos hijas, que son los personajes jóvenes, roza la caricatura. Tal y como ya he explicado, eso es precisamente aquello en lo que consiste un estereotipo. Por tanto, tal y como han sido representados, los personajes jóvenes de este anuncio no son personas, sino tipos: el hecho de ser sensibles o de actuar de forma arrogante no constituye un rasgo concreto de su forma de ser ni está fundamentado en otras facetas de su personalidad, sino que es lo único que las define y caracteriza. Ni siquiera los personajes adultos están bien construidos: su aparente y llamativa falta de estrés y preocupación, que contrasta con la ridícula teatralidad de los personajes jóvenes, sólo refuerza la idea de que la gente joven exagera y se queja de problemas poco importantes.


Soy consciente, queridos adultos, de que algunos de vosotros conocéis la existencia de este tipo de problemas culturales. Pero en muchas ocasiones, el paternalismo y la ignorancia os pueden.



Esta es la presentación de última campaña de la FAD (Fundación de Ayuda contra la Drogadicción), llamada The Real Young. Consiste en «una iniciativa de la FAD para demostrar que no es real todo lo que se cuenta de los jóvenes», y alienta a sus espectadores a «romper falsos estereotipos». Dicho de forma rápida, esta campaña es una absoluta metedura de pata en todos los aspectos: aparte de cometer errores similares a los de la ya descrita novela Eskoria, no ha hecho el más mínimo esfuerzo en informarse acerca de la juventud ni del funcionamiento de los estereotipos. De tantos fallos que tiene, su análisis se complica un poco, así que vayamos por partes.


«Comete los mismos errores que Eskoria».


Eskoria presenta a un adolescente como una eminencia sólo porque no tiene los mismos gustos que el resto de gente de su edad. En el universo en el que se desarrolla la novela, los gustos del resto de la gente de su edad son un calco de los estereotipos de la juventud. A estos se les da una connotación tan negativa, que los adolescentes que hostigan al protagonista lo hacen sólo por el hecho de verle diferente a los demás.


The Real Young parte de una idea parecida, sólo que bajo la tapadera de un mensaje de empoderamiento. Los jóvenes que se muestran en la presentación y a los que se galardona como La Verdadera Juventud no son más que jóvenes que no encajan con los estereotipos —lo cual, encima, es discutible si tenemos en cuenta que los creadores de la campaña no se han informado ni de lo que hablan—. Cosas tan simples como ir en skate, jugar a videojuegos y correr con bengalas de colores por la playa (!) se equiparan a no comprometerse con nada. Las tres primeras cosas no son nada negativo, sino simplemente aficiones típicas de las generaciones jóvenes. Ni siquiera son caricaturas ni estereotipos de por sí: es un hecho probable que la sociedad cambia a lo largo de la historia y, con ella, los modos de entretenimiento. Sin embargo, como la presentación de esta campaña mete estas tres aficiones en el mismo saco que «no comprometerse con nada», automáticamente les da un cariz negativo. La lógica detrás de este mensaje es la siguiente: «Te gusta ir en skate, lo cual es típico de la gente joven, de la cual tengo la idea de que no es comprometida; por lo tanto, tú no puedes ser una persona comprometida».


«No se informa de la juventud».


El vídeo afirma repetidas veces que las cosas que hacen quienes conforman The Real Young no son de jóvenes. Según esta afirmación, no es que The Real Young no encaje con los estereotipos, sino que hace cosas que son objetivamente impropias de su generación. Al decir eso, esta campaña desvincula de la juventud cosas como el compromiso con la causa feminista del 8M. ¿Simple ignorancia o tergiversación deliberada de la realidad?



«No se informa del funcionamiento de los estereotipos».


Son varios los fallos, desde hablar de «estereotipos que están mal por estadística» hasta alentar a «romperlos». Un estereotipo es un fenómeno sociológico y no matemático, así que no se basa en estadísticas. Tampoco puede «estar mal» porque, por definición, un estereotipo es un sesgo: un estereotipo no busca ser fiel a la realidad, sino reafirmar la identidad de un colectivo mediante la caricaturización de otro colectivo. De acuerdo con esta definición, para desmontar los prejuicios sobre los jóvenes, se debería comenzar por un cambio radical en la mentalidad de los adultos. Los adultos sois el colectivo que caricaturiza a la juventud y mantiene concepciones sesgadas sobre ella. Por ello, la responsabilidad de abrir la mente con estos temas es vuestra. Priorizar que los jóvenes «rompamos estereotipos» para que vosotros cambiéis de mentalidad sin herniaros no es la solución; sólo nos culpabiliza de la existencia de ideas injustas que no hemos inventado nosotros. Se trata de un mensaje de «por mis santas gónadas sentencio que tú eres tonto; demuéstrame lo contrario» con el que es imposible llegar a ninguna parte.


Este tipo de sesgos relacionados con la juventud han existido desde la época de Sócrates, si no antes. Los adultos actuales no son la primera generación en manifestarlos y, probable y desgraciadamente, tampoco serán la última. El panorama actual no augura cambios significativos para un futuro muy cercano; yo misma he oído a gente de mi edad, a gente de no más de veinte años, afirmar que «cada generación es más tonta que la anterior». Por ello, este artículo no se dirige sólo a los adultos actuales, sino también a los adultos del mañana, entre los que se encontrará —esperemos que así sea— mi yo del futuro. Si hay algo que detesto, es la hipocresía, y querría que el mensaje de este artículo llegase a mi yo de cincuenta años en caso de que ella se convierta también en una adulta tóxica por culpa de una cultura igualmente tóxica.


Queridos adultos, dejad que os recuerde algo obvio que ya he dejado entrever en el párrafo anterior: no sois eternos. Os guste o no, los jóvenes de hoy en día de los que tanto os soléis reír ocuparemos vuestro puesto actual en la sociedad y la cultura. De modo que, por mucho que os esforcéis en silenciarnos, lograremos hacernos oír; si no ahora, en pocas décadas. Poco a poco, vuestros valores y normas se quedarán obsoletos, y no podréis hacer nada para evitarlo. Es la pura verdad, y se trata de una de las muchas cosas que tenéis que asumir para abandonar vuestra mentalidad despreciativa.


Ahora que vosotros sois los dueños del presente, nosotros somos símbolos del futuro. Cuando nosotros seamos los dueños del presente, vosotros seréis símbolos del pasado. Y la diferencia entre unos y otros símbolos está en el potencial.

Mi salutas vin kore,

La Imagistino


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